martes, 9 de diciembre de 2014

La Leyenda

El origen de las piedras del mar


Cuentan que hace milenios, cuando el Hombre no conocía la tristeza que deja el tiempo porque el tiempo no existía, la vida se movía con el viento, las mareas, la lluvia o el fluir de los ríos, y el Hombre se movía con ellos en armonía. Pero un día un hombre, un solo hombre, quiso dominar el viento, apresar la lluvia y detener el agua. Entonces se dirigió a la cima del monte más alto de la Tierra y buscó al dios de las Fuerzas Naturales. Hizo un pacto con él: 
- Yo te concedo el poder de dominar la Tierra a cambio de tu alma, le dijo.
Y este hombre probó el poder y se embriagó, y el resto de hombres sintieron envidia de él y desearon lo mismo. Se encaminaron hacia el monte y aceptaron también el pacto con el dios. Desde entonces, el Hombre disfruta dominando la Tierra a su antojo. Pero ese dios envió a su emisario para cobrar la deuda contraída. Este se llamaba Tiempo y fue en aquel momento cuando el Hombre empezó a perder todo aquello que más amaba: su niñez, sus días, su juventud, su gente. Cuando se dio cuenta de lo que aquel pacto le había quitado fue demasiado tarde para echarse atrás. Ya no había remedio. Su ambición le había traído un otoño eterno sobre su piel y su alma. Lloró día a día junto al mar. Lloró tanto que sus lágrimas se mezclaron con las aguas y las volvieron saladas. El mar se apiadó de él y le dijo:
Tú me has dado la sal, parte de lo que soy. Yo no puedo cambiar los designios del dios de las Fuerzas Naturales, sin embargo, puedo darte algo parecido a la eternidad. Cuando llegues al final de tus días ven a mí y yo devolveré al resto de los hombres tus recuerdos, la huella de tu vida.
Y así, cuentan, que las playas se llenaron de miles, millones de piedras; cada una con una historia, un recuerdo de cada hombre que pasó por la Tierra.
Todos los derechos reservados. Este texto está protegido por las leyes de copyright y tratados internacionales.